En deuda con Africa por Ezequiel Fernández Moores


JOHANNESBURGO. Jabulani, la pelota que fabrican trabajadores paquistaníes a razón de 3 euros diarios en jornadas de doce horas y que se vende hasta por 120 euros en tiendas europeas, ejerce poderes cada vez mayores. Aquí en Sudáfrica, concluida la fiesta, la prensa insiste en decir que el fútbol "ha enseñado el camino por seguir". Ahora, agregan los editoriales, hay que trasladar a otros ámbitos la eficiencia y la pasión del Mundial para que Sudáfrica sea un nuevo país. También en la campeona España se habla del fútbol como modelo por imitar. Porque la selección, dicen las crónicas, olvidó regionalismos, se unió detrás de un mismo objetivo y les dio una lección a los políticos. Lo mismo decían en Francia de la selección multiétnica campeona del 98, ahora vergüenza nacional tras su fracaso en Sudáfrica 2010. "Representan a Francia, no a la «banlieu»", advirtió un diario a los jugadores al recordarles, ahora sí, de los barrios marginales en que fueron criados. En Alemania, Mesut Özil será alemán mientras siga jugando bien. Cuando deje de hacerlo, será un turco que lee el Corán antes de los partidos.
El fútbol de sociedad de España, dicen los analistas deportivos, marcó el triunfo del equipo por sobre las individualidades en el Mundial de Sudáfrica. El triunfo de equipo y de fútbol ofensivo, aunque, paradójicamente, España es la campeona con menos goles en la historia de los mundiales. España apuesta al toque y la posesión. Otros han salido campeones de contragolpe, como casi lo hace la propia Holanda el domingo pasado. No todos han sido campeones con el modelo de la España. Es un modelo made in Barcelona, un club exitoso en la Liga más desigual del mundo. Dos clubes poderosos reciben de la TV española 19 veces más que el último de la tabla. Monopolizan los títulos. Y lideran también una deuda que llega a los 5000 millones de euros. Sonaba ofensivo para un país en crisis. El título aplazó el debate.
También otros apostaron al juego de equipo en Sudáfrica. ¿O no lo criticaron a Dunga en Brasil porque en nombre del equipo prescindió de las estrellas? ¿Y a Marcello Lippi en Italia porque tampoco él se animó a llevar cracks más individualistas, como Francesco Totti, Mario Balotelli y Antonio Cassano? ¿No se dijo acaso que al Chile colectivo de Marcelo Bielsa le faltaron individualidades de mayor jerarquía para ganarles a los mejores? ¿No será que el equipo, por tratarse de un deporte colectivo, es la mejor vía, pero que el fútbol también precisa de la estrella para el triunfo? ¿No debe acaso el fútbol muchas de sus mejores obras a la creación libre de sus artistas más conocidos? ¿No son creaciones caóticas algunos de los goles más geniales que Lionel Messi anotó para Barcelona? Messi precisa del orden de Barcelona como Barcelona del caos de Messi. La Argentina anárquica de Diego Maradona era caos más caos. Cayó aplastada por el orden colectivo de Alemania. La selección, individualista, es igual que el país, se afirmó. ¿Pero acaso los mayores triunfos del deporte argentino no son obras de equipo? ¿Qué fue, si no, el histórico doble oro del fútbol y del básquetbol en Atenas 2004? ¿Y los triunfos de los Pumas y de las Leonas? ¿No son también ellos el país?
Sudáfrica 2010 fue una exitosa fiesta popular bajo las reglas del imperio FIFA. "Nombremos presidente a Joseph Blatter", ironizó un diario. Casi cien mil policías en la calle. Tribunales especiales. Leyes especiales. A Themba Makubu, que cometió el primer robo de su vida en pleno Mundial, un teléfono celular, le impusieron cinco años de cárcel. El juicio duró 20 minutos. A la FIFA, un día antes del comienzo de la fiesta, la eximieron de impuestos para que hiciera en Sudáfrica el mejor negocio de toda su historia. Los pobres que habitan en los alrededores del estadio Mbombela siguen sin luz y sin agua, pese a las promesas. Sí se llegó a tiempo con el estadio, aunque ahora, después de cuatro partidos mundialistas, tal vez pase a ser un elefante blanco, igual que otros más. "El orgullo de tener estadios de Primer Mundo", editorializó un diario. "El «primer mundo», respondió un lector, no se mide por estadios de fútbol, sino por valores como salud, educación, vivienda y justicia".
La euforia mundialista fue colocada por autoridades y por la prensa a la altura de la liberación de Nelson Mandela y de las primeras elecciones libres en 350 años. Las luchas antiapartheid que costaron la vida de miles fueron equiparadas al esfuerzo de Bafana Bafana. En plenas semifinales del Mundial, Reason Wandi, un zimbabwo de 26 años que busca trabajo en Sudáfrica, fue tirado de un tren apenas en las afueras de Ciudad del Cabo. El diario Sowetan publicó fotos de cientos de zimbabwos escapando de la ciudad. En Johannesburgo, medio centenar de zimbabwos que habitan un monobloque en el barrio de Hillbrow recibieron amenazas anónimas advirtiéndoles que vuelvan a su país. La policía se instaló en Ramaphosa, el asentamiento en el que hace dos años quemaron a un mozambicano. Pobres que acusan a pobres de quitarles el trabajo. "¿Es posible que la misma gente que hace sólo una semana hinchó por Ghana como salvadora del orgullo africano cometa ahora esta violencia contra ciudadanos africanos?", se preguntó Thabo Leshilo en el Sunday World.
"El legado del Mundial". Es el debate hoy en Sudáfrica. La unidad más sencilla que logra una pelota, se engañan periodistas de firma, debemos trasladarla ahora a nuestra vida social, cultural y política. Como si fueran lo mismo. Y como si, por otra parte, los disensos no deberían formar parte de una vida en democracia. "Okey, ¿una Sudáfrica nueva?"¿Convenceremos entonces a los ricos a que paguen más impuestos, ganen menos dinero y asuman más riesgos para que este país deje de ser el más desigual de todos?", se pregunta Richard Calland, en el Mail&Guardian. Un país ?agrega el cineasta Zola Maseko? en el que el 5 por ciento de su población, que es blanco, posee el 95 por ciento de la riqueza. Este es mi sexto Mundial. El más inolvidable. Africa celebra medio siglo de independencia. Alberto II, rey de Bélgica, estuvo la semana pasada en la fiesta celebratoria de Congo. El rey Leopoldo II, su great grandnewphew, ordenaba cortar las manos y los pies a los esclavos que no cumplían con su cuota en las minas de cobre y marfil. Entre 1884 y 1908 Congo fue su propiedad privada. El rey Balduino, hermano de Alberto II, concedió en 1960 a Congo "el generoso regalo" de la independencia. Patrice Lumumba, primer ministro, le contestó que el "regalo" fue ganado "con la sangre y el sufrimiento" de la gente. Lo mataron seis meses después. La CIA colocó a Mobutu Sese Seko, un sangriento dictador que duró 32 años en el poder. Bélgica pidió disculpas en 2002 por su participación en el asesinato de Lumumba. Sus hijos presentaron demandas este mes contra 12 ciudadanos belgas. También hay juicios en otros tribunales europeos y de Estados Unidos por los años de esclavitud y colonialismo. En Sudáfrica, por ejemplo, señalan a la Compañía de las Indias Orientales, pionera de la salvaje explotación holandesa. "Forget and forgive" (olvido y perdón), me contestó Héctor, taxista de Johannesburgo, cuando me contó que en la final del domingo hinchó por Holanda. Anthony Butler escribió en Business Day que "cuando se apunta a las responsabilidades sobre el pasado, afrikaners (los boer, holandeses) e ingleses se acusan cínicamente uno a otro por un sistema (el apartheid) del que ambos se beneficiaron".
Ifa Kamau Cush se cansó de moralismos e hizo la cuenta en la revista New African. Gran Bretaña, por ejemplo, debería 34.543 millones de dólares por cien años de explotación de sus colonias en el Caribe. Y Estados Unidos, 71.965 millones de dólares, por esclavizar durante un siglo a medio millón de africanos. Uno de los íconos de cultura popular sudafricana que impuso el Mundial es la vuvuzela, difícil o directamente imposible de digerir en canchas argentinas. Neil van Schalkwyk, de 37 años, patrón de la Mascindane Sports Company, se frotó los dedos como supuesto inventor de la vuvuzela y dueño de la patente del redituable negocio. En pleno Mundial, recibió una demanda de la iglesia de Nazareth el Bautista (Shembe). Sus abogados alegaron que el profeta Isaías Shembe inició a la iglesia en el uso del instrumento desde 1910. La compañía fue obligada a llegar a un acuerdo. La vuvuzela está paga. Pero el mundo, sabemos, tiene una deuda algo mayor con África. 
Ezequiel Fernández Moores
Para La Nación
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1284552

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